Martín Gainza tiene una remera negra sport. Cuando le piden que se ponga una camisa esboza un gesto contrariado y dice que no. Está cómodo, de buen humor. Como si su cuerpo no manifestara el cansancio de cuatro horas de viaje desde Buenos Aires. Después dirá que se acostumbró, que la vicepresidencia de Trenes Argentinos Cargas le exige vivir así, cuatro días en Capital y tres en Santa Fe. Pero la semana le pasa rápido, le gusta lo que hace, le apasiona. Gestionar, resolver, como una máquina, un cuerpo, que emana y transpira política.

El mate gira sobre una mesa que alberga libros, uno reza: Raíces del pensamiento económico argentino, material imprescindible para el posgrado de economía que el dirigente político (y ávido lector) está terminando. Mientras tanto, el aire acondicionado intenta darle pelea al calor asfixiante de la tarde. El departamento de calle Tucumán se envuelve de recuerdos, de historias, de palabras que intentan captar la esencia de un hombre.

Martín Gainza nació en Santa Fe el 30 de octubre de 1967, en una familia de clase media de barrio Guadalupe. Su padre, dirigente político y peronista hasta la médula, trabajó en la municipalidad hasta el año 1975 previo al golpe de estado. De aquel vínculo proviene su adherencia al justicialismo. Pero también de los libros.

«Yo le escapaba a la biblioteca. Hasta que a los 14 o 15 años se me despertó la curiosidad. Empecé a leer, autores revisionistas sobre todo, Jauretche, Scalabrini Ortiz, José María Rosa. Libros que planteaban la cuestión nacional, la cuestión de la justicia social y que indudablemente te acercaban a la obra de Perón.»

Además, empezó a leer narrativa latinoamericana, a devorar clásicos del boom literario de los 60. Obras que continúa leyendo, como la Tía Julia y el escribidor de Vargas Llosa o El Amor en los tiempos de cólera de García Márquez. Para Gainza la cultura resulta fundamental como forma de expresar aspectos profundos de la vida, para captar la belleza del mundo o para intentar comprender la condición humana. Tanto así que, según él, no se puede ser dirigente político sin conocer lo que es un torno mecánico, pero tampoco se puede serlo sin haber leído nunca a Borges.

De aquella infancia en Guadalupe recuerda la libertad de jugar en la calle, de andar en bicicleta, de participar en los clubes de barrio (practicaba básquet en Rivadavia Juniors más por la zona del centro). Si hay algo que distingue, para él, aquella Santa Fe de la de hoy es el disfrute del espacio público, la tranquilidad de moverse por la ciudad sin miedo y la capacidad de aprovechar la vida en comunidad de la mejor manera; un goce colectivo que el santafesino debe volver a recuperar.

Su militancia comenzó en el colegio secundario de La Salle con la vuelta de la democracia, y paradójicamente, en el momento de auge del alfonsinismo y del repliegue del peronismo en todo el país. Lo que destaca de ese momento, al igual que en su militancia universitaria, es el espíritu democrático por sobre todo, la alegría de volver a participar en política luego de los años más oscuros, las asambleas, los debates, los amigos de otras fuerzas políticas que incluso hoy, luego de casi 40 años, continúan forjando sus relaciones cotidianas.

«Esto de hoy, de que los que participen se odien es una locura, no puede ser. Hay que poner racionalidad al debate, y lo tiene que hacer el peronismo, sin caer jamás en la tentación de agredir o de ensañarse. Porque cuando en este país se vivió la violencia, los primeros que sufrieron fueron los peronistas. La primera víctima de la violencia política en Argentina es el peronismo y su base social.» 

En abril de 1987, luego de días de máxima tensión para la joven democracia argentina a causa del levantamiento militar carapintada, aparecieron en el balcón de Casa Rosada el presidente Raúl Alfonsín junto a Antonio Cafiero (conductor nacional del peronismo). La foto de unidad de las dos fuerzas políticas principales quedó inmortalizada como sinónimo de convivencia democrática y se viralizó meses atrás cuando en el intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Kirchner, desde Propuesta Republicana (más conocido como el PRO) evitaron realizar gestos de apoyo contundente, en una clara muestra de especulación política e inmadurez democrática.

Fue al protagonista de esa foto, Antonio Cafiero, a quien Martín Gainza eligió militar en 1988 frente a Carlos Saúl Menem, en lo que sea quizá, la interna peronista más recordada de la historia.

«El peronismo en forma organizada, institucional, estaba con Cafiero. Desde el concejal más humilde hasta la mayoría de los gobernadores estaban con él. Pero Menem fue un fenómeno disruptivo, un fenómeno político, con un discurso muy hábil de pegar al cafierismo con el alfonsinismo, cuando el gobierno Alfonsín venía de la hiperinflación y de una crisis enorme.»

Cafiero finalmente fue derrotado, lo que deparó un golpe durísimo para el grupo de Gainza. Sin embargo, como estableció el líder supremo del movimiento justicialista, el que gana conduce y el que pierde acompaña; lo que decidió hacer muy orgánicamente aquel militante de 21 años para llevar con su militancia y la de miles de personas, a Carlos Saúl Menem a lo más alto del poder político.

Ahora, el hombre adulto, treinta y cinco años después, frente al grabador y mientras toma mate bajo un cuadro de John Kennedy, habla con soltura del plan Larkin. Cuenta que se trató de un proyecto de edificación logística en  a presidencia de Frondizi, que generó la desinversión ferrocarrilera para priorizar el transporte automotor. Apenas un instante después menciona a los Rolling Stones, a Oasis y a Soda Stereo, bandas que le gustan desde su adolescencia. Luego habla de la literatura de Borges como puede hablar del proceso de acumulación económica de fines del S XIX en Argentina. Martín Gainza es una persona culta, formada. Al expresarse destila conocimiento y voluntad de aprendizaje, evidente, en la maestría de Economía y Ciencias Políticas que está cursando a sus 55 años, y ya siendo abogado. Con esa soltura, que solo otorga la experiencia y la seguridad cuando se conoce de lo que se habla, trata de explicar la década del 90:

«Claro. Acompañar a Menem fue difícil. Porque uno pertenecía al peronismo y no podía sacar los pies del plato, pero a la vez había muchísimas contradiccion s con lo qu  hacía el gobierno Además, se había achicado el debate, la verdad era una sola, si planteabas algo distinto estabas por fuera del sentido común. Es la era del auge neoliberal, en toda la región llegan gobiernos conservadores, privatizadores. Quien planteaba la intervención del Estado estaba fuera de época o no se había “modernizado” (palabra muy cliché del momento).»

A pesar de las disidencias de aquel joven, la militancia siguió y por aquellos años fue testigo de la irrupción de otro fenómeno político: Carlos Reutemann. Para Gainza, la adhesión de la gente al piloto de Fórmula 1 fue impresionante e incomparable en relación a otro dirigente: Reutemann erigió el movimiento que construyó la hegemonía política no solo en el peronismo sino en toda la bota santafesina. En ese contexto y formando parte de la lista de local del reutemanismo, con tan solo 29 años, asumió como concejal de la ciudad de Santa Fe en 1997.

De aquella experiencia rescata la altura intelectual y política de los debates que se daban en el recinto, como también el aprendizaje que devino tratar con dirigentes como Pedro Buchara, José Weber, Ariel Dalla Fontana e incluso opositores como Leonardo Simoniello o Jorge Henn.

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El 28 de mayo de 2003, Daniel Filmus, Ministro de Educación de la Nación recibe un llamado: «Nos vamos a Entre Ríos, hay que solucionar este quilombo”. En la provincia existía un conflicto desde hacía meses, las clases no habían comenzado y los gremios permanecían firmes en su lucha por los salarios adeudados. Fue así que Nestor Kirchner, a tres días de asumir la presidencia, viaja a Paraná y se compromete a depositar en las arcas entrerrianas los 81 millones de pesos necesarios para hacer frente al pago de sueldos. El conflicto se destrabó y al día siguiente comenzaron las clases. “Hay que trabajar mucho, poner mucho esfuerzo y estar donde están los problemas. Podrán faltarnos muchas cosas, pero no ganas, fuerza y decisión para construir un país distinto” había afirmado el presidente en Entre Ríos, como si estuviera prediciendo los próximos años en la política argentina.

«En las elecciones de 2003 sucede algo extraño, Reutemann nos da vía libre para elegir el candidato entre Menem y Kirchner. Que el peronismo decida, se lo escuchaba decir, sin jugarse demasiado por quien fuera su jefe en la década de su apogeo político. Así que la mayoría nos integramos a trabajar por la campaña de Nestor, quien para mí, representaba los valores de la renovación peronista que quedaron truncos a finales de los 80. Kirchner irradiaba futuro, tenía un coraje infernal y mucha decisión. Lo del conflicto docente en Entre Ríos fue una muestra de eso, 48 horas después de asumir llega y destraba un conflicto que tenía meses.»

Años antes, militando en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), Gainza conoce a Sergio Massa y establece contacto. Es a principios de la década, en una fría mañana porteña, que el santafesino mantiene una extensa conversación con el entonces director de ANSES y queda maravillado por su liderazgo y calidad humana. Inmediatamente, el tigrense pasa a convertirse en su jefe político y Gainza a trabajar en la dependencia del organismo en Santa Fe. Desde el año 2002 hasta 2015 será protagonista, como Gerente de Interior, de las mejores políticas públicas del kirchnerismo, desde la primera moratoria previsional que permitió jubilar a miles de personas hasta el otorgamiento de la Asignación Universal por Hijo. Aquel ANSES fue el encargado también de administrar el Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), nuevo sistema previsional creado a partir de la estatización de las AFJP, lo que algunos consideran la medida política más audaz de todo el Siglo XXI contra el capital financiero concentrado.

Ahora, en la calurosa tarde de verano una idea vuelve a la mesa. Un conjunto de palabras que flotan insistentes, no solo sobre el aire agradable del departamento sino también sobre la cabeza y la conciencia política del dirigente del Frente Renovador: diálogo, apertura, amplitud. Un conjunto de elementos que Gainza rescata de Sergio Massa y que considera necesarios para gobernar, para gestionar, para convivir en el pantano fangoso de la política.

«En 2013 Massa decidió apartarse del gobierno de Cristina Fernandez. Yo creo que hay un quiebre de avance. Argentina tiene muchos matices y el arte de la política debe estar guiado por la amplitud, hay que conducir con los que piensan distinto, no solo con los que piensan como uno. Entonces en 2013 Massa se apartó del gobierno porque creía que el proceso político del kirchnerismo ya no representaba la apertura del peronismo. Y el Frente Renovador cree profundamente en la capacidad de acordar con los que piensan diferente. Hay una frase que me gusta mucho: cuando dos personas piensan igual es porque hay una que no piensa. Entonces la disidencia es propia de la condición humana, no podemos gobernar sin tenerla en cuenta.»

Dos años antes, en 2011, Gainza protagonizó una elección primaria como precandidato a intendente por el massismo. Desde que conoció al tigrense, no se apartó de su fuerza política. “Cuando uno es un buen tipo, es un buen tipo, no hay con que darle” afirma sobre el actual Ministro de Economía.

Al día de hoy, el dirigente santafesino es Vicepresidente de Trenes Argentinos Cargas, una sociedad anónima estatal que administra las líneas ferroviarias de cargas nacionales: San Martín, Belgrano y Urquiza Cargas. A partir de 2019, con la llegada del Frente de Todos al gobierno, uno de los espacios ocupados por el Frente Renovador fue el Ministerio de Transporte. Desde allí Gainza, tiene la tarea de gestionar un área clave para la logística nacional. Rescata el impulso que le ha dado el gobierno al sistema de ferrocarriles y remarca la obra de infraestructura que están llevando adelante en la ciudad de Santa Fe: el Circunvalar Ferroviario, un proyecto que permitirá sacar el tren de cargas de la ciudad, evitar la conflictividad vial y mejorar la eficiencia del transporte de la producción desde el norte hacia los puertos santafesinos (por ej. se uniría el Puerto de Timbúes con Laguna Paiva en 2 horas, cuando antes se hacía en 10).

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Este año Martín Gainza está decidido a protagonizar una instancia electoral como precandidato a Intendente de la ciudad de Santa Fe. Nuevamente, el político consolidado, el hombre de familia, el admirador de John Kennedy, el fanatico de los Rolling Stones y las tantas cosas más que componen a este hombre sencillo, quieren disputar un lugar por el Ejecutivo Municipal de su ciudad. En la que vivió toda su vida, en la que ama y aprecia profundamente.

«Me duele mucho ver a Santa Fe así. La pobreza, el desempleo, la inseguridad terrible que viven los vecinos. Creo que la Municipalidad podría hacer una gestión mejor si tendría mayor enraizamiento en la comunidad. Santa Fe tiene muchas instituciones sociales, clubes, vecinales, empresas, comercios, que deben ser convocados, porque conocen el territorio y porque sufren los problemas en carne propia. El Gobierno debe trabajar en conjunto con estos organismos, no ser una institución endogámica y cerrada, debe ser abierta, plural. Eso creemos desde nuestro espacio y queremos llevarlo adelante.»

Mientras Gainza devuelve un mate ya lavado, se acerca al cierre de la charla con conceptos claros. Habla de la articulación política entre Municipalidad y Estado Nacional para hacerse de mayores recursos, habla de la eficiencia que debe recuperar el Ejecutivo local en la prestación de servicios y en la realización de trámites burocráticos, hoy interminables. Habla del perfil exportador que se podría dar a la ciudad a través de una mayor integración productiva y de un mayor impulso al puerto y a los ferrocarriles. Habla de las enormes oportunidades que tiene Santa Fe a partir de su posición estratégica en el corazón de la hidrovía y de la región pampeana.

Luego de dos horas continúa expresando su voluntad para hacer frente a la madeja de problemas que tiene una ciudad con dificultades y potencialidades. El tiempo pasa, el televisor rumia al costado, la política da lugar a la charla de café y a la pronta despedida. Las palabras hacen olvidar el calor húmedo de la tarde, las palabras que flotan y se pegan a las paredes; las que confirman, mientras cae el sol, la entereza y la indeclinable decisión de un hombre de buscar su lugar en lo más alto de la política santafesina.