

Corría la primer semana de mayo y como todas las mañanas, desperté, camine por el largo pasillo que unía mi casa con la calle, (siempre me divertía pensar que era el más largo del barrio por sus casi 50 metros de fondo) y abrí la puerta. Algo distinto atrajo inmediatamente mi mirada, algo perturbador, algo que nunca había visto antes.
Calle La Paz y Artigas, Avenida Presidente Perón de fondo, gente caminando con bolsas y muebles desde el Oeste hacia el Este. Entre una llovizna tenue, casi invisible que nos venía atacando durante días, se dejaba ver un gran manto de agua color grisasio acercándose lentamente a mi casa. Quede perplejo, y como quebrando el espacio tiempo de esa imagen que guardo en mi recuerdo, mi vecino Gabriel, al grito de “¡Anda llamalo a tu papa!”.

Un adelanto, esa mañana fue muy agitada y todo lo que le siguió fue rápido y violento.
Corrí a lo que daban mis pies hasta donde estaba mi viejo. Le conté lo del agua y enseguida salieron a ver. Luego tíos, amigos y vecinos, en una actitud de solidaridad que nunca había visto ni volví a ver, pero que me marco profundamente. Se ayudaban unos a otros para subir cocinas, heladeras y otros muebles arriba de otros más altos o sobre improvisaciones q surgían poniendo maderas entre los roperos para hacer como estanterías y poner más cosas arriba.
Con 9 años lo seguía a mi viejo a todos lados, y ese día aprendí que al mover una heladera nunca tenia que porque después no arrancaba, siempre había que llevarla derecho. Más adelante investigue sobre este mito y según algunos técnicos hacen referencia al volumen de aceite del moto compresor que se encuentra dentro de las cañerías de la heladera, que al ser acostada deja de llegarle. Entonces al ser enderezada hasta su postura vertical, y luego puesta en marcha para su funcionamiento, se cree que ese volumen de aceite faltante en el moto compresor haría que éste se rompa. Buena lección.
Mi familia en ese momento tenía un taller de costura con maquinas de coser industriales, que luego por no tener otro lugar seguro para guardarlas y ante el firme pero erróneo pensamiento de que el agua no iba a pasar sobre calle la paz, ya que pensaban que de Artigas a Perón, se hacia un badén hasta la paz y luego hacia como una loma en mi cuadra hasta López y Planes. Una maquina remalladora y una recta quedaron bajo agua. También teníamos una perra mescla de callejero peleador y algún Gran danés, era enorme la “Sili”. Dormía en el patio de atrás y era malísima con gente que no era de la familia. Se tuvo que poner dócil para salir nadando con el agua al cuello y mi viejo que la tironeaba, para terminar pasando algunas noches en la esquina de la avenida en uno de los caños que señalizan los nombres de las calles. Mi viejo tenía un Peugeot 504 en esa época, que cuando la cama de la pieza, que estaba levantada con ladrillos empezó a flotar, sirvió de refugio transitorio.

Fueron días muy duros para mi familia y todas las de Santa Fe. Causados por el incumplimiento de obras e infraestructura necesaria frente a un desastre natural que se veía venir y había presentados varios avisos. Una inacción de aquellos que tenían la decisión y el poder político para que esto no sucediera fue la razón sustancial.
El Ministerio de Salud provincial informó que los centros de evacuados en Santa Fe eran 475. A su vez, la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) daba cuenta de que en la ciudad capital había 53.312 autoevacuados, pero que los afectados sumaban más de 130 mil, un tercio del total de población que en ese momento tenía la ciudad.
Durante el día vecinos ayudaban a otros transportando muebles, provisiones y a familias enteras, que cuando bajaban de las lanchas estaban hechas sopa. Con caras que transmitían desesperación, tristeza, angustia, miedo, confusión, desolación, bronca, impotencia, y que con todas estas palabras juntas no alcanzo a describirlo. Con el sol se generaba un ambiente de ayuda y un reflejo de esperanza. De noche todo cambiaba, disparos, llantos, gritos, ruidos, era una película de terror.
Mi viejo, una noche mientras dormía en una de las cuchetas que había en mi pieza, sintió ruidos en el techo. No eran esos gatos que se andan peleando siempre, sino ruidos de pisadas fuertes, eran de personas que corrían. Esas noches se caracterizaban normalmente por ladrones que se metían en casas abandonadas y se llevaban pertenencias de aquellas personas que no habían tenido tiempo a sacar todo.
El gitano como le suelen decir, se levanto, agarro el revólver y entre la penumbra se dirigió a la puerta del patio de atrás y grito… ¡Salí de arriba de mi techo porque te pego un tiro, estoy con mis hijos! Del otro lado se escucha…
–¡Somos la policía señor! ¡No dispare! estamos buscando a unos tipos que se están metiendo en las casas. ¡Salgan de mi techo porque tiro igual! les devolvió el gitano pensando que le podían estar mintiendo… A todo esto mi vieja atrás llorando y abrazándonos.
Cuando al fin detonaron en la parte sur de la ciudad y comenzó a desagotar. El agua bajo dejando mugre por todos lados. Mi vieja siempre cuenta que cuando se levantaba de la cama para ir al baño pisaba cantidad de cucarachas por todos lados. También que comenzaron a haber enfermedades por las que luego se realizo una campaña de vacunación.
Hubo pérdidas en los hogares, escuelas e instituciones, el agua no hiso diferencias sociales, daño a todos y a algunos mucho mas. Las muertes se estiman en 23 reconocidas oficialmente por la administración del entonces gobernador. La Casa de Derechos Humanos de Santa Fe denunció ante la Justicia que otras 44 personas fallecieron por “secuelas de la inundación”, desde los primeros días de la catástrofe hasta varios meses después.
Recuerdo una discusión que se dio cuando ya había bajado el agua en gran parte de la ciudad y se hablaba de subsidios para los damnificados. Muchos que vivían sobre la avenida López y Planes quedaron fuera de un segundo pago por no encontrarse en los supuestos límites que separaban a los afectados de los que “solo se habían mojado los pies”. Una vecina que vivía sobre La Paz al 4600 denuncio que las casas que se encontraban en la avenida LyP o unos metros antes, no habían tenido agua en sus hogares. Por lo tanto no tenían que cobrar y debían aumentarle el monto a los que sí. A los 11 años cuando me fui a vivir con mi abuela que vivía por Artigas al 3600 a metros de la avenida López y planes supe que a esa señora no la tenía que saludas más
Los primeros días luego de la inundación entraba a mi casa y era imposible no ver la marca del agua en las paredes, ese moho que manchaba de punta a punta. Un vacio donde estaban las maquinas de mi vieja y un olor fuerte a fumigación. También me acuerdo de esos colchones finos que repartía el ejército y me hacían doler la espalda. Con mi hrno solíamos poner dos juntos y dormíamos uno a los pies del otro.

A 19 años de esta catástrofe queda recordar como positivo ese gran geste de solidaridad entre vecinos y como negativo esa icónica frase que daba como respuesta en una conferencia de prensa Carlos Reutemann mientras exponía información sobre la crecida del Río Salado.
“Que yo sepa, en lo personal no he tenido ninguna información de este tipo, a mi absolutamente nadie me ha avisado”.